martes, 12 de julio de 2016

PADRES NO EXIJAN DEMASIADO A SUS HIJOS

Catequista: Oscar E. Pedraza Galeana
Padres, no exijan demasiado a sus hijos" (Col. 3, 21) .
Nunca estas palabras de Santiago tienen tanto significado como en el momento actual en nuestras familias.

Como papá, amigo y catequista les pido que como padres y  madres nos esforcemos por brindar a nuestros hijos todas las condiciones favorables para su desarrollo integral, (espiritual, intelectual, emocional, etc.), empezando por crear un hogar estable, con amor, en el que puedan crecer seguros y felices.  Todos nosotros sabemos que por diversas razones cada vez son más los hijos que están creciendo en familias desintegradas, en las que aun estando papá y mamá no les brindan un hogar lleno de amor y de paz; sino por el contrario, cada día son testigos de gritos, pleitos y de las más desagradables escenas. Otros crecen en familias incompletas donde falta el padre o la madre.
Y yo les digo hoy que Dios bendiga a quienes aún a costa de mucho sacrificio consagran la vida a sacar adelante a sus hijos.

En todos estos casos he observado que a quienes se les pide mayor comprensión y madurez es a los hijos. Ellos deben entender y perdonar al adulto que los abandonó, que los golpeó, que los insultó; superar la soledad y luchar por salir adelante con el que todavía está a su lado o aceptar al que llega para llenar el lugar que quedó vacío. Ellos deben ser maduros para no interferir en las relaciones amorosas de su padre o de su madre y superar la rivalidad con sus hermanos o medios hermanos, esforzándose por llegar a aceptar y amar a su familia.

Esto que escribo es una realidad, son casos que conozco, he reflexionado, e incluso he vivido;  por eso, porque he sufrido y sobre todo porque no deseo hacer sufrir a otros me atrevo a decir: no es justo que los adultos pidamos a los niños y adolescentes ser más maduros que nosotros, más comprensivos que nosotros, que sufran porque no hemos actuado como deberíamos actuar.

Pienso que es hora de que hagamos un alto y reflexionemos, pues las decisiones que como adultos tomamos tendrán consecuencias, que en la mayor parte de veces las sufrirán nuestros pequeños,  quienes no siempre lograran salir de todo esto sin las heridas que los lleven al alcoholismo, drogadicción, rebeldía, depresión y toda clase de desequilibrios.
¡Acerquémonos a Dios, oremos en familia y pidamos con fervor su ayuda, para que su espíritu y su amor nos fortalezcan y seamos capaces de decidir siempre en favor de nuestros hijos!.


El punto clave, a mi parecer, se encuentra en profundizar nuestra relación con Dios, pues esto resulta fundamental para lograr cambiar la historia de nuestras familias.
¿Vamos a continuar haciendo nuestros propios planes? o Estaremos dispuestos a conocer y obedecer el plan de Dios.
No estoy diciendo que todos los planes que el ser humano haga sobre la familia sean malos, pero seguro estoy que  Dios tiene un plan mejor.
En condiciones normales deberíamos buscar el bien mayor, pero muchas veces la ignorancia, la inmadurez, las malas experiencias nos llevan a cerrarnos en nuestras ideas y por estar aferrados a nuestros propios criterios, no abrazamos con alegría el plan de Dios.
Sin duda ahora es el momento, escuchemos continuamente la palabra de Dios, apoyemos activamente la catequesis que nuestros hijos reciben actualmente, aprovechémosla como familia, abracémonos, seamos cariñosos,  hablemos, oremos y reflexionemos con nuestros pequeños vivamos en presencia de Nuestro Señor y aceptemos la verdad que representa el amor en nuestras vidas.

jueves, 7 de julio de 2016

EL ESPÍRITU SANTO

El Espíritu Santo... ¿quién es?
En mi opinión, es el mejor consolador, el dulce huesped de mi alma, a quien quiero dejarle el timón de mi vida .

¿Quién es el Espíritu Santo? Jesucristo le llama el Consolador. En nuestra alma vive el AMOR, vive allí de forma permanente, llegó a nuestra alma para quedarse. “¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu Santo vive en vosotros?” decía San Pablo a los primeros cristianos.

Su estancia en el templo, (que es nuestra alma), obedece a una tarea que debe realizar, se le ha encargado que haga de ti y de mi un santo o una santa, un apóstol. Desde el primer momento de la entrada en nuestras almas, en el bautismo, se ha dedicado a trabajar, ha trabajado muchos años y se ha llevado muchos desengaños, porque hay que ver cómo nos hemos portado con Él.

Ha sufrido, posiblemente, el destierro, le hemos roto su obra maestra, como el niño malo que destruye de un puntapié el castillo que construye el niño bueno en la playa. Y sobre las ruinas de nosotros mismos ha vuelto a colocar otra vez piedra sobre piedra, con una paciencia y con un amor tan grande que sólo porque es Dios lo tiene. Él no desespera, tiene abrigadas grandes esperanzas de acabar con su obra maestra con nosotros. Él sabe que puede, sólo necesita algo de colaboración de nuestra parte o por lo menos que no le estorbemos.

Los medios que utiliza: la gracia santificante, las gracias actuales, sus inspiraciones, dones y frutos.

¿Cuál es su estrategia?

Primero: Ser el mejor consolador
Consolando, secando lágrimas, arrancando el desaliento, tristeza y amargura. Uno de sus mejores oficios  es consolar, por fortuna para nosotros que somos bastante llorones y necesitamos algo más que Kleenex para nuestros ratos de tristeza. Cuando lleguen los momentos más penosos en los que llorar es poco, cuando la crisis nos agarre por el cuello y nos patee, acudamos a quien quiere y puede consolarnos.

Esta es la realidad más radiante que vivimos los cristianos y, por medio del Espíritu decimos, adiós soledad, adiós tristeza, adiós lágrimas. Arrancarnos la tristeza peor, la de la separación de Dios, la de la infidelidad y nos alegrarnos inmensamente de haber sido hechos hijos de Dios, nos alegrarnos de que nuestros nombres están escritos en el cielo, vivimos con alegría diaria, alegría en el dolor, en la enfermedad, alegría en las buenas y en las malas. De corazón oremos Espíritu Santo, haznos apóstoles de la alegría, haznos vivir un cristianismo alegre, que vivamos con aire de resucitados, y que hagamos vivir a los otros así también.

Segundo: Ser el dulce huésped del alma
Es uno de los títulos más hermosos. En el caso del Espíritu Santo es un dulce huésped, esperado con ansia, acogido con cariño, porque siempre trae buenas noticias, buenos regalos, dones; El mismo es el Don por excelencia.

¿Me alegro de tenerlo siempre conmigo, lo entristezco con mi desamor, le pido muchos regalos espirituales? Y ¿qué le doy yo: mi amor, mi fidelidad? ¿Le escucho dócilmente? ¿El himno "Ven, Espíritu Creador" es mi saludo mañanero, son las mañanitas al dulce huésped de mi alma? ¿Alguna vez se las he cantado? Recordemos la frase de San Pablo; "¿No sabéis que sois templos del Espíritu Santo? Él ora con nosotros y por nosotros. Vivo, por tanto, en la presencia del Espíritu Santo, gozo minuto a minuto de su compañía gratísima, y su gracia está siempre a mi disposición.

Tercero: Ser dulce refrigerio
Cuando el calor arrecia y la lengua se reseca como ladrillo y el sudor empapa la ropa, un simple refresco frío, un ventilador, una alberca, solucionan el problema. Pero hay otros calores; calores interiores que requieren de otro refrigerio. Cuando se encienden las pasiones, cuando el orgullo se desvoca, cuando la sensualidad arde y quiere manchar el corazón y el alma, cuando la fiebre del mundo (placeres, goses...) queman de ambición nuestro espíritu, hay que llamar urgentemente al Espíritu Santo, para que nos brinde su dulce refrigerio y vuelvan las cosas a su lugar.

Cuarto: Ser descanso en el duro trabajo
Cuando uno de plano está agotado, abrumado por el trabajo, los problemas y las preocupaciones, acudir sencillamente a quien es descanso en el trabajo, ¡Oh Espíritu Santo, desperdiciado tantas veces que gemimos bajo el peso del trabajo!. Dios es abismo de amor, torrente de felicidad, éxtasis de la vida, tenerlo tan cerca y morirse de hambre, la fuente a unos pasos y morirse de sed, la hoguera alumbrando en torno y morirse de frío, el amor cerca del corazón. Sólo unos pasos tenía que dar. Vivir cerca de la luz, y morir en el túnel de las tinieblas.

Quinto: Ser lavador de lo que está manchado
El lava lo que está manchado: mi alma polvosa, mi corazón manchado de afectos desordenados, mi pequeño mundo lleno de cosas humanas, de tierra, de lodo; mi mente y mis sentidos constantemente tan vacíos de Dios y tan llenos de mis pasiones desordenadas.  Sobre todo lava la conciencia de todo pecado, de las manchas de pasiones, de la obscuridad de los malos pensamientos.

Sexto: Ser sanador del corazón enfermo
Es médico de todas las enfermedades, médico de las enfermedades que he tenido y que ahora sufro.
Señor, si quieres, puedes curarme la lepra, el cáncer, el sida, la gangrena, la parálisis espiritual. ¿Cuál es mi enfermedad? Escuchemos en seguida la frase de mando: ¡Levántate y anda!.  Preguntemos, ¿cuál es mi enfermedad y mi mal? ¡Dímelo!.. Y proporciona el remedio que Tú sabes y yo no quiero aceptar a veces; cúrame antes de que la enfermedad me cause la muerte, cúrame las heridas que mi orgullo, sensualidad y egoísmo me abren a diario, las heridas de mis pecados antiguos y de mis pecados de hoy.

Séptimo: Ser domador del Espíritu indómito
Dobla mi orgullo, ablanda mi cabeza dura y mi duro corazón; si es de piedra, hazlo de carne; hazme bajar la cabeza ante la obediencia y dar el brazo a torcer. Hazme duro para conmigo mismo, que no acepte flojedades, medias tintas, fariseísmos, pero hazme blando con los demás, como un pedazo de pan que dé alimento a todos los que se crucen en mi camino; hazme, Señor, instrumento de paz, como te pedía Francisco de Asís: "Donde haya odio, ponga yo tu amor, donde haya injurias, perdón

Octavo: Ser quien endereza lo que está torcido
¿Cuántos criterios en nuestra vida andan torcidos? Pedimos al Espíritu: enderézalos endereza los malos hábitos, por ejemplo, el hábito de pensar mal, el hábito tan arraigado de murmurar de mis hermanos, el hábito terrible de la ociosidad, del no hacer nada, el hábito que mata la oración, la rutina, el hábito de la pereza, el hábito que empequeñece mis fuerzas. Quiero dejarte el timón de mi vida, de mi barca, y quiero remar con todas las fuerzas de mis brazos.
 
Ahora bien, para concluir, te digo, que considero son los deberes que tenemos con nuestro dulce huésped:
En primer lugar, hay que tomarlo en cuenta, hacerle caso, no dejarlo solo, ignorado abandonado. ¿Porque dejamos abandonado el Amor?.
En segundo lugar: Gratitud: le debemos tanto. Tan solo por el simple hecho de haber recibido demasiadas cosas de Dios.
En tercer lugar: Amor. Debería ser fácil amar al AMOR, enamorarse del que nos ama infinitamente a cada uno de nosotros. Antes de pedirnos que le amemos con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y todas las fuerzas, antes nos ha dicho Él: "Te amé con un amor eterno".
En cuarto lugar: Seamos dóciles. Para ser santos debemos dejarnos guiar y obedecer al Espíritu de Dios.
En quinto lugar: No le estorbemos, dejémosle trabajar en nosotros. Si hoy escuchas su voz, no endurezcas tu corazón.



LA SANTIDAD

La santidad es posible para todos.

Desde que era niño mi abuela tenía la sana costumbre de llevarme siempre a misa dominical. Tengo que reconocer que en ese tiempo y durante mucha parte de mi juventud no entendía qué ocurría en la Eucaristía y me aburría bastante. Por ello, fui tomando la costumbre (para entretenerme) de observar esas grandes imágenes de madera o yeso que se ubicaban al lado del altar o en los pasillos laterales de la Iglesia. Eran todas de personas vestidas con hábito: sacerdotes, monjas y religiosos, con rostro serio y místico a la vez.

De esta forma, me hice una imagen de lo que era la santidad: un ideal muy bonito y noble,  pero reservado para unos cuantos “elegidos” y que definitivamente implicaba ser sacerdote o monje, como mínimo.

Sin embargo, terminando mi adolescencia fui conociendo más a Dios y fui descubriendo poco a poco la riqueza del Espíritu de Dios, su variedad de carismas y la inmensa diversidad de santos que existían alrededor del planeta. Santos que encendieron en mí el ideal de que el cambio del mundo pasa por la santidad de cada uno y por testimoniar el Amor de Cristo.

Así que ahora te explico lo que significa la santidad para mí:

La santidad no es un privilegio solo de algunos: la santidad es un don que se ofrece a todos, nadie está excluido y debiera reflejar el carácter distintivo de todo cristiano. Generalmente muchos piensan que la santidad es cerrar los ojos y poner caras, no eso no es santidad ¡La santidad es algo más grande que nos da Dios! Es exactamente viviendo con amor y ofreciendo nuestras obras y dolores en las ocupaciones de todos los días donde estamos llamados a convertirnos en santos. Amando diariamente  en las condiciones y en el estado de vida en el que nos encontremos.

¡Qué importante será recordar y cuidar ese don de Dios, que se te ofrecerá en la Eucaristía, ese fuego inicial de quién se encuentra con Dios desde temprana edad! Y es que es en tu corazón joven donde llevarás contigo todo ese entusiasmo y fuerza para luchar por los ideales que El Señor sembrara en tu vida.

Tú y tantos otros jóvenes, cada uno desde su propio estado de vida y edad y conscientes de sus propias fragilidades, serán justamente jóvenes con un amor grandísimo por Dios, absolutamente convencidos de que el Amor a Jesús y a los demás es lo que realmente cambia los corazones y al mundo.

Es por todo lo anterior que la iglesia de Cristo tiene puesta su esperanza en ti, en que con los dones del Espíritu Santo y tu determinación y amor por Nuestro Señor te harán luchar por tu santidad y te aseguro que llegarás a ella en la compañía de Jesús y así juntos construir el reino que Dios ha tenido planeado para todos sus hijos.

¡Se valiente y procura tu santidad!, y si, te aseguro habrá caídas y penas y aun así serás inmensamente feliz pues tendrás la certeza de contar siempre con el auxilio y compañía de Nuestro Señor Jesucristo que nos prometió estar siempre con nosotros hasta el fin.


LA RESURRECCIÓN

LA PROFESIÓN DE LA FE
SEGUNDA SECCIÓN:
LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA

CAPÍTULO TERCERO
CREO EN EL ESPÍRITU SANTO

ARTÍCULO 11
"CREO EN LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE"

(Extracto del Catecismo de la Iglesia Católica)
Cómo resucitan los muertos
¿Qué es resucitar? En la muerte, separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción (descomposición), mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado (cuerpo espiritual). Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús.
¿Quién resucitará? Todos los hombres que han muerto: "los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación" (Jn 5, 29; cf. Dn12, 2).
¿Cómo? Cristo resucitó con su propio cuerpo: "Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo" (Lc 24, 39); pero Él no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en Él "todos resucitarán con su propio cuerpo, del que ahora están revestidos" (Concilio de Letrán IV: DS 801), pero este cuerpo será "transfigurado en cuerpo de gloria" (Flp 3, 21), en "cuerpo espiritual" (1 Co 15, 44):
«Pero dirá alguno: ¿cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida? ¡Necio! Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano..., se siembra corrupción, resucita incorrupción [...]; los muertos resucitarán incorruptibles. En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad (1 Cor 15,35-37. 42. 53).
Este "cómo ocurrirá la resurrección" sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe. Pero nuestra participación en la Eucaristía nos da ya un anticipo de la transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo:
«Así como el pan que viene de la tierra, después de haber recibido la invocación de Dios, ya no es pan ordinario, sino Eucaristía, constituida por dos cosas, una terrena y otra celestial, así nuestros cuerpos que participan en la eucaristía ya no son corruptibles, ya que tienen la esperanza de la resurrección» (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4, 18, 4-5).
¿Cuándo? Sin duda en el "último día" (Jn 6, 39-40. 44. 54; 11, 24); "al fin del mundo" (LG 48). En efecto, la resurrección de los muertos está íntimamente asociada a la Parusía (segunda venida) de Cristo:
«El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar» (1 Ts 4, 16).
II. Morir en Cristo Jesús
Para resucitar con Cristo, es necesario morir con Cristo, es necesario "dejar este cuerpo para ir a morar cerca del Señor" (2 Co 5,8). En esta "partida" (Flp 1,23) que es la muerte, el alma se separa del cuerpo. Se reunirá con su cuerpo el día de la resurrección de los muertos (cf. Credo del Pueblo de Dios, 28).
La muerte es el fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir su último destino. Cuando ha tenido fin "el único curso de nuestra vida terrena" (LG48), ya no volveremos a otras vidas terrenas. "Está establecido que los hombres mueran una sola vez" (Hb 9, 27). No hay "reencarnación" después de la muerte.
Resumen
Por la muerte, el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado reuniéndolo con nuestra alma. Así como Cristo ha resucitado y vive para siempre, todos nosotros resucitaremos en el último día.
"Creemos [...] en la verdadera resurrección de esta carne que poseemos ahora" (DS854). No obstante, se siembra en el sepulcro un cuerpo corruptible, resucita un cuerpo incorruptible (cf. 1 Co 15, 42), un "cuerpo espiritual" (1 Co 15, 44).