jueves, 7 de julio de 2016

EL ESPÍRITU SANTO

El Espíritu Santo... ¿quién es?
En mi opinión, es el mejor consolador, el dulce huesped de mi alma, a quien quiero dejarle el timón de mi vida .

¿Quién es el Espíritu Santo? Jesucristo le llama el Consolador. En nuestra alma vive el AMOR, vive allí de forma permanente, llegó a nuestra alma para quedarse. “¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu Santo vive en vosotros?” decía San Pablo a los primeros cristianos.

Su estancia en el templo, (que es nuestra alma), obedece a una tarea que debe realizar, se le ha encargado que haga de ti y de mi un santo o una santa, un apóstol. Desde el primer momento de la entrada en nuestras almas, en el bautismo, se ha dedicado a trabajar, ha trabajado muchos años y se ha llevado muchos desengaños, porque hay que ver cómo nos hemos portado con Él.

Ha sufrido, posiblemente, el destierro, le hemos roto su obra maestra, como el niño malo que destruye de un puntapié el castillo que construye el niño bueno en la playa. Y sobre las ruinas de nosotros mismos ha vuelto a colocar otra vez piedra sobre piedra, con una paciencia y con un amor tan grande que sólo porque es Dios lo tiene. Él no desespera, tiene abrigadas grandes esperanzas de acabar con su obra maestra con nosotros. Él sabe que puede, sólo necesita algo de colaboración de nuestra parte o por lo menos que no le estorbemos.

Los medios que utiliza: la gracia santificante, las gracias actuales, sus inspiraciones, dones y frutos.

¿Cuál es su estrategia?

Primero: Ser el mejor consolador
Consolando, secando lágrimas, arrancando el desaliento, tristeza y amargura. Uno de sus mejores oficios  es consolar, por fortuna para nosotros que somos bastante llorones y necesitamos algo más que Kleenex para nuestros ratos de tristeza. Cuando lleguen los momentos más penosos en los que llorar es poco, cuando la crisis nos agarre por el cuello y nos patee, acudamos a quien quiere y puede consolarnos.

Esta es la realidad más radiante que vivimos los cristianos y, por medio del Espíritu decimos, adiós soledad, adiós tristeza, adiós lágrimas. Arrancarnos la tristeza peor, la de la separación de Dios, la de la infidelidad y nos alegrarnos inmensamente de haber sido hechos hijos de Dios, nos alegrarnos de que nuestros nombres están escritos en el cielo, vivimos con alegría diaria, alegría en el dolor, en la enfermedad, alegría en las buenas y en las malas. De corazón oremos Espíritu Santo, haznos apóstoles de la alegría, haznos vivir un cristianismo alegre, que vivamos con aire de resucitados, y que hagamos vivir a los otros así también.

Segundo: Ser el dulce huésped del alma
Es uno de los títulos más hermosos. En el caso del Espíritu Santo es un dulce huésped, esperado con ansia, acogido con cariño, porque siempre trae buenas noticias, buenos regalos, dones; El mismo es el Don por excelencia.

¿Me alegro de tenerlo siempre conmigo, lo entristezco con mi desamor, le pido muchos regalos espirituales? Y ¿qué le doy yo: mi amor, mi fidelidad? ¿Le escucho dócilmente? ¿El himno "Ven, Espíritu Creador" es mi saludo mañanero, son las mañanitas al dulce huésped de mi alma? ¿Alguna vez se las he cantado? Recordemos la frase de San Pablo; "¿No sabéis que sois templos del Espíritu Santo? Él ora con nosotros y por nosotros. Vivo, por tanto, en la presencia del Espíritu Santo, gozo minuto a minuto de su compañía gratísima, y su gracia está siempre a mi disposición.

Tercero: Ser dulce refrigerio
Cuando el calor arrecia y la lengua se reseca como ladrillo y el sudor empapa la ropa, un simple refresco frío, un ventilador, una alberca, solucionan el problema. Pero hay otros calores; calores interiores que requieren de otro refrigerio. Cuando se encienden las pasiones, cuando el orgullo se desvoca, cuando la sensualidad arde y quiere manchar el corazón y el alma, cuando la fiebre del mundo (placeres, goses...) queman de ambición nuestro espíritu, hay que llamar urgentemente al Espíritu Santo, para que nos brinde su dulce refrigerio y vuelvan las cosas a su lugar.

Cuarto: Ser descanso en el duro trabajo
Cuando uno de plano está agotado, abrumado por el trabajo, los problemas y las preocupaciones, acudir sencillamente a quien es descanso en el trabajo, ¡Oh Espíritu Santo, desperdiciado tantas veces que gemimos bajo el peso del trabajo!. Dios es abismo de amor, torrente de felicidad, éxtasis de la vida, tenerlo tan cerca y morirse de hambre, la fuente a unos pasos y morirse de sed, la hoguera alumbrando en torno y morirse de frío, el amor cerca del corazón. Sólo unos pasos tenía que dar. Vivir cerca de la luz, y morir en el túnel de las tinieblas.

Quinto: Ser lavador de lo que está manchado
El lava lo que está manchado: mi alma polvosa, mi corazón manchado de afectos desordenados, mi pequeño mundo lleno de cosas humanas, de tierra, de lodo; mi mente y mis sentidos constantemente tan vacíos de Dios y tan llenos de mis pasiones desordenadas.  Sobre todo lava la conciencia de todo pecado, de las manchas de pasiones, de la obscuridad de los malos pensamientos.

Sexto: Ser sanador del corazón enfermo
Es médico de todas las enfermedades, médico de las enfermedades que he tenido y que ahora sufro.
Señor, si quieres, puedes curarme la lepra, el cáncer, el sida, la gangrena, la parálisis espiritual. ¿Cuál es mi enfermedad? Escuchemos en seguida la frase de mando: ¡Levántate y anda!.  Preguntemos, ¿cuál es mi enfermedad y mi mal? ¡Dímelo!.. Y proporciona el remedio que Tú sabes y yo no quiero aceptar a veces; cúrame antes de que la enfermedad me cause la muerte, cúrame las heridas que mi orgullo, sensualidad y egoísmo me abren a diario, las heridas de mis pecados antiguos y de mis pecados de hoy.

Séptimo: Ser domador del Espíritu indómito
Dobla mi orgullo, ablanda mi cabeza dura y mi duro corazón; si es de piedra, hazlo de carne; hazme bajar la cabeza ante la obediencia y dar el brazo a torcer. Hazme duro para conmigo mismo, que no acepte flojedades, medias tintas, fariseísmos, pero hazme blando con los demás, como un pedazo de pan que dé alimento a todos los que se crucen en mi camino; hazme, Señor, instrumento de paz, como te pedía Francisco de Asís: "Donde haya odio, ponga yo tu amor, donde haya injurias, perdón

Octavo: Ser quien endereza lo que está torcido
¿Cuántos criterios en nuestra vida andan torcidos? Pedimos al Espíritu: enderézalos endereza los malos hábitos, por ejemplo, el hábito de pensar mal, el hábito tan arraigado de murmurar de mis hermanos, el hábito terrible de la ociosidad, del no hacer nada, el hábito que mata la oración, la rutina, el hábito de la pereza, el hábito que empequeñece mis fuerzas. Quiero dejarte el timón de mi vida, de mi barca, y quiero remar con todas las fuerzas de mis brazos.
 
Ahora bien, para concluir, te digo, que considero son los deberes que tenemos con nuestro dulce huésped:
En primer lugar, hay que tomarlo en cuenta, hacerle caso, no dejarlo solo, ignorado abandonado. ¿Porque dejamos abandonado el Amor?.
En segundo lugar: Gratitud: le debemos tanto. Tan solo por el simple hecho de haber recibido demasiadas cosas de Dios.
En tercer lugar: Amor. Debería ser fácil amar al AMOR, enamorarse del que nos ama infinitamente a cada uno de nosotros. Antes de pedirnos que le amemos con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y todas las fuerzas, antes nos ha dicho Él: "Te amé con un amor eterno".
En cuarto lugar: Seamos dóciles. Para ser santos debemos dejarnos guiar y obedecer al Espíritu de Dios.
En quinto lugar: No le estorbemos, dejémosle trabajar en nosotros. Si hoy escuchas su voz, no endurezcas tu corazón.



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